Desde un sillón, el hombre se olvida del hombre.
Y posado con ambos recodos hechos grasos manantiales
Mastica y observa,
La decisión tan leve
Que ha de pesar debajo, tras las crujientes patas.
Allí donde alguna vez caminó.
El rostro callo
Agrietado de verse obligado a seguir resonando
Se empoza en la obesa sierra hecha un andén de 4 pisos.
Cada uno más expandido
Cada cual más inerte ante los vientos fríos,
Que se cubren de sedas y más adornos dorados y negritos.
Allí donde el sillón da nombre
Y se enluta el renombre de la investidura
Se acomoda un cuerpo momentáneo
Para ser la gran anécdota que moja el seco jardín de recuerdos
Al antojo de un solo dedo
Y a la firma hecha sentencia
De la olvidada gardenia,
Y el siempre vivo sediento hecho monumento.
Tienes también tras el sillón
Cinco escuálidas falanges de una dama
Que despercuden la presencia de copos en tus rocosos hombros;
Y te traen una bandeja con tensas líneas y sangre en copa
Por si requieres más dureza ante la pantalla
Por si el sillón no te da más entereza en madrugadas.
Dictarás entonces, un número de muertos y de respiros
Para adornar las casillas de los peones
Si es que no te es suficiente la escolta de alfiles, equinos y torreones
Y el cerco de tacones en descanso sin temores.
Pero si de hacer grueso el ataque se trata
Tendrás menudencia de sobra,
Y si de escabullir el brote de sendas sudas se trate
Habrá largos enroques, detrás de patios enormes
Donde los papeles hechos maleza te darán consorte.
Tendrás desde el sillón intacta la suela
Por el vuelo efímero que te da el escandaloso marco de oro y platino;
Y sudarás de no moverte,
Pues el peso de tu saliva hará más fría la escasa brisa
Hará más tibia tu nalga sin línea
Y hará de madera el día que te abracen,
Los fantasmas del quinquenio que tenías.
Y posado con ambos recodos hechos grasos manantiales
Mastica y observa,
La decisión tan leve
Que ha de pesar debajo, tras las crujientes patas.
Allí donde alguna vez caminó.
El rostro callo
Agrietado de verse obligado a seguir resonando
Se empoza en la obesa sierra hecha un andén de 4 pisos.
Cada uno más expandido
Cada cual más inerte ante los vientos fríos,
Que se cubren de sedas y más adornos dorados y negritos.
Allí donde el sillón da nombre
Y se enluta el renombre de la investidura
Se acomoda un cuerpo momentáneo
Para ser la gran anécdota que moja el seco jardín de recuerdos
Al antojo de un solo dedo
Y a la firma hecha sentencia
De la olvidada gardenia,
Y el siempre vivo sediento hecho monumento.
Tienes también tras el sillón
Cinco escuálidas falanges de una dama
Que despercuden la presencia de copos en tus rocosos hombros;
Y te traen una bandeja con tensas líneas y sangre en copa
Por si requieres más dureza ante la pantalla
Por si el sillón no te da más entereza en madrugadas.
Dictarás entonces, un número de muertos y de respiros
Para adornar las casillas de los peones
Si es que no te es suficiente la escolta de alfiles, equinos y torreones
Y el cerco de tacones en descanso sin temores.
Pero si de hacer grueso el ataque se trata
Tendrás menudencia de sobra,
Y si de escabullir el brote de sendas sudas se trate
Habrá largos enroques, detrás de patios enormes
Donde los papeles hechos maleza te darán consorte.
Tendrás desde el sillón intacta la suela
Por el vuelo efímero que te da el escandaloso marco de oro y platino;
Y sudarás de no moverte,
Pues el peso de tu saliva hará más fría la escasa brisa
Hará más tibia tu nalga sin línea
Y hará de madera el día que te abracen,
Los fantasmas del quinquenio que tenías.
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