martes, 31 de mayo de 2011

lánguido

Débil…
Como la gota suspendida de la hoja en el crepúsculo de un rocío discreto
Que ayunamos sin haber pegado el ojo
Siendo posesos de la quietud de esa ventana
Donde los hombres van concretos, derechos, consumados…

Cuán lejos hemos de encallar;
Del aplomo y el prestigio,
Del sudor sin sentimiento de bicho,
Descascarándonos…
Tras la ventana, tras el haz del sereno suspendido
Muy madera al viento.

La salida no ha tenido siquiera entrada
Y aprendiendo a deambular
Con la suela repleta de apartados ignotos, y caca;
Se afina nuestra brújula de un remallado desvarío
Como a tientas en tinieblas de cegueras ramadas.

Sopor de multitudes
Envuelto en nuestro gélido catado
Gritando ¡tierra! Una vez revueltos
Tras los cientos de naufragios sin puerto
Hojas gélidas…
A punto de escaparse al olvido del bote sin remo.

1 comentario:

Nicolás Bramón dijo...

El calambre terminará (¿debo decirlo?) en la única , y más hermosa por tanto, de las imágenes que no podremos transcribir.. De seguro todo estará alli. Como bien se dijo en el otro versículo de nuestra extraña y virtuosa fe: "¡Quédate, hermano!".
Quédate.