lunes, 6 de septiembre de 2010

Cálamo currente

a Pedro Cueva, el desquiciado insurgente de los márgenes de la sombra.

El campo florido de los cielos mustios
Fue el proscenio de la tragedia representada.
Los olmos cómplices los escondites perfectos
Y las bancas silentes los aliados invisibles.
El helado termómetro de las tensas arterias que se esfuerzan
Por mantener en pie al torpe vigía que escudriña los pasos
De la cárdena nereida,
Derruye la paciencia del nervio hecho tensión.

Desde su ángulo perfecto,
El cavila disparatados proyectos…
Y empresas dislocadas con posibilidades remotas
De hacer lo que la costumbre ha matado en la práctica repetida.
Más toda presencia o movimiento en el cuadro imaginario de sus ojos
Hacen de la desgracia un lamento.
Pero empeñado el Olimpo en dar de a gotas su brebaje bermejo
El espía confunde la cicuta con almibaradas cortesías.

El rizo aurífero danza,
Y los tobillos sostenidos por un coqueto capricho
Se envuelven en un morado vellocino
Como llevando una procesión incesante
Donde el remedo de su alegría es nostalgia
Y cansancio de hermosura;
Porque la belleza duele tanto para la Gioconda
Como a Leonardo le fue parirla.
Y el diablo a veces captura lo que Dios es incapaz de ofrecer;
En el lente de su abominable retina
Donde ahora aparecen perpetuos
Los destellos de una creación divina.

Y los faroles mustios,
Y las bancas frías;
Abandonan su modorra de la noche tranquila
Para invitar al júbilo del espía
Que muere de no saber que ha vivido todavía;
Y huyendo sin ser perseguido
Le canta al silencio del sendero empedrado
Y come ansias de la orate consecuencia
Y respira flores de tan sólo saber
Que ha logrado vivir un día perpetuo en su pupila.



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